Se vende África

9-4-2012, Hoy
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Hay personas que, cuando contemplan un mapa de África, ven un continente repleto de posibilidades... Para su propio enriquecimiento. Durante los últimos años, esta región del planeta está siendo sometida a un saqueo sigiloso pero masivo, con un botín que en el pasado podía parecer poco apetecible pero ahora se ha vuelto digno de codicia: tierra, muchísima tierra, hectáreas y más hectáreas a precios de saldo, a veces incluso gratis. Según un informe de Oxfam, a lo largo de la última década los países en desarrollo han vendido o cedido en arriendo 2,2 millones de kilómetros cuadrados -el equivalente a media Unión Europea- a Gobiernos y empresas extranjeros y a esas entidades con nombres misteriosos, como de corporación de película futurista, que mueven el dinero de inversores. África, en particular, es un paraíso para estos compradores, con casos tan representativos como el de Sudán del Sur: el estado nacido el año pasado tiene el diez por ciento de su superficie en manos extranjeras.
 
«La tendencia actual consiste en transformar la tierra y los bosques de África en plantaciones a gran escala controladas por intereses extranjeros. Los pequeños granjeros y los pastores locales se convertirán así en asalariados mal pagados. Muchos simplemente se unirán a los millones de desempleados de las ciudades africanas, o probarán suerte con la emigración a Europa», resume Frédéric Mousseau, del Oakland Institute, la entidad estadounidense que ha desvelado algunos de los casos más escandalosos de lo que se conoce como 'acaparamiento de tierras'. El punto de inflexión en este fenómeno fue 2008.

Por un lado, la crisis en el precio de los alimentos puso de manifiesto la importancia de contar con superficie cultivable: muchos gobiernos empezaron a preocuparse por el porvenir y buscaron tierras que garantizasen el suministro de productos agrícolas para su población. Por otro, la crisis económica llevó a los inversores a tantear nuevos mercados, nichos libres de la inseguridad que se había apoderado de las finanzas globales. A ello se ha sumado el auge de productos como el aceite de palma, que ha arrebatado al de soja el liderazgo en el consumo mundial y se utiliza como materia prima para la fabricación de biofuel.
 
«Todo esto, en países donde existen profundas crisis alimentarias, traerá más hambre y pobreza en todo el continente», lamenta Carlos Vicente, de la ONG Grain. Pero no todas las tierras adquiridas se usan para cultivar: un informe realizado el año pasado por el Banco Mundial recoge que solo la quinta parte de los proyectos estudiados había comenzado a producir, una circunstancia que sugiere fines especulativos. El propio Banco Mundial ha intentado poner coto al proceso con un código de siete principios para una «agroinversión responsable», aunque las organizaciones no gubernamentales le reprochan que, de forma paralela, promueve la inversión descontrolada en África.
 
Los nuevos dueños de la tierra no suelen querer inquilinos en su propiedad, por mucho que lleven toda la vida establecidos allí, de modo que estas compras suelen implicar éxodos forzosos. Uno de los ejemplos más controvertidos se está registrando en Etiopía, donde el Gobierno ha puesto en marcha la fase inicial del traslado de cientos de miles de personas. Entre las primeras comarcas donde se ha hecho efectivo este plan de realojo figura Gambela, en el extremo occidental del país: justo allí se ha puesto a disposición de inversores extranjeros el 42% de la tierra, aunque el Ejecutivo niega que ambas circunstancias estén relacionadas. En Tanzania, un grupo de inversión de Iowa se ha hecho con 325.000 hectáreas para cultivar cereales destinados a producir etanol, en un acuerdo que obligará a desalojar a 162.000 refugiados de Burundi asentados en la comarca desde hace cuarenta años. La Universidad del Estado de Iowa rompió el mes pasado todos sus lazos con este proyecto, que ha generado una fuerte polémica en Estados Unidos, pero el trato no se ha invalidado.
 
La extraña cooperativa
 
Los responsables del Oakland Institute también intentan que se dé marcha atrás en otro de los cuestionables negocios que han sacado a la luz: en Sudán del Sur, una firma tejana ha arrendado 600.000 hectáreas para el próximo medio siglo por menos de 20.000 euros. Les sale a tres céntimos por hectárea, y con eso se aseguran el derecho a explotar todos los recursos, incluidos los minerales, a cambio de entregar un porcentaje de los beneficios a la cooperativa con la que han suscrito el acuerdo: en realidad, según organizaciones locales, se trata de un grupo de líderes de la zona sin ningún derecho para tomar decisiones sobre los terrenos comunales. «El presidente Kiir ha declarado que el proyecto no debería seguir adelante si el pueblo está en contra -apunta Frédéric Mousseau-, pero el acuerdo no se ha cancelado formalmente y la gente sigue alerta».
 
Ya hay algún antecedente de contratos rescindidos: el más espectacular se dio en Madagascar, donde la compañía coreana Daewoo Logistics quería cultivar maíz y palma aceitera en una parcela de 13.000 kilómetros cuadrados, más extensa que la región de Murcia. La iba a arrendar por 99 años a cambio de crear empleo y construir infraestructuras como carreteras y un puerto, que al fin y al cabo le resultaban imprescindibles para exportar la producción a Corea, pero el actual presidente, Andry Rajoelina, revocó el acuerdo al subir al poder en 2009. Los terrenos suponían aproximadamente la mitad de la superficie cultivable de la isla, aunque este tipo de transacciones no siempre se refieren a suelos explotados: en muchos casos, la falta de información sobre los límites exactos de las propiedades afectadas hace temer que incluyan también áreas vírgenes, protegidas por su riqueza natural.
 
China e India aparecen como las sospechosas habituales del acaparamiento de tierras, pero las investigaciones del Oakland Institute resaltan el decisivo papel que tienen Europa, Norteamérica y los fondos internacionales en este proceso. Y tampoco es África el único 'banco de tierra' donde los inversores extranjeros están depositando sus ahorros. «Está claro que el problema no se restringe a ese continente: en América Latina, por ejemplo, es notable la ofensiva sobre Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay, que poseen grandes planicies fértiles -apunta Carlos Vicente, de Grain, cuyo último informe recopila cuatrocientos casos de acaparamiento repartidos por todo el mundo-. Se trata de un fenómeno global, el 'agronegocio' se ha lanzado a ocupar territorios en todo el planeta para controlar el sistema alimentario mundial».
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