Acaparando rosas

26-4-2013, Palabre-ando

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Gustavo Duch

Como una tradición complementaria a la diada de Sant Jordi, el día después aparecen las estadísticas de venta de rosas y podemos saber si este año la crisis les ha afectado mucho o poco, qué variedad ha sido la más solicitada y, si buscamos un poco más, quién produjo las rosas que hemos regalado, es decir, a qué población ha beneficiado económicamente una fiesta tan singular.

Aunque se saborean y disfrutan, las flores no se comen,  y quizás por ello puede parecer menos vital pero es preocupante que, igual que en otros sectores agrícolas, Catalunya requiera de la importación de flores para cubrir la demanda. Y no sólo la del día de Sant Jordi, sino la del resto del año. Por eso, desde hace un tiempo, en el listado de proveedores de rosas aparecen países latinoamericanos como Colombia o Ecuador y países africanos como Kenya.  Las organizaciones sociales que analizan este modelo agrario globalizado repiten que detrás del negocio de comercialización internacional de flores se invisibiliza a miles de hombres y mujeres explotados, en viveros con mala gestión medioambiental, con sus derechos laborales violados y trabajando en malas condiciones. Pues bien, según cifras recogidas por GRAIN, y extrapolando datos europeos, actualmente una de cada nueve rosas llegan de una única multinacional de la flor cortada, la hindú Karuturi Global Ltd, que en sus viveros de Etiopía y Kenya produce 580 millones de flores anualmente.

Repasando el terrorífico historial de Karuturi, encontramos dos nuevas injusticias muy propias del catálogo capitalista que tanto se lleva: el acaparamiento de tierras y la evasión de impuestos, y las dos pueden añadirse al conjunto de prácticas que nos permite afirmar que, además de ahogar a los viveros del Maresme, a quien no benefician, ténganlo por seguro, es a la población campesina de esa zona de África.

Acaparadores. En los últimos años son muchas y continuas las voces que advierten y denuncian el fenómeno de concentración de  las mejores tierras fértiles africanas a manos de empresarios extranjeros o firmas financieras que las utilizan -a su antojo, como si fueran suyas- bien para producir productos agrarios que se exportarán, bien para especular con este preciado recurso finito. Y siempre desplazando a la población local, que en esos lugares tenía sus campos, sus alimentos y sus medios de vida.

Karuturi es uno de los casos de acaparamiento más conocido, pues solo en el año 2009 se hizo con los derechos de una superficie de 300 mil hectáreas de tierra de cultivo en  Etiopía. Tierras que equivaldrían a la mitad de toda la provincia de Barcelona fueron robadas de la noche a la mañana, con el consentimiento del gobierno local, a las y los habitantes que en ellas vivían y a las y los pastores que en ellas cuidaban su ganado. En manos de la multinacional estos suelos se dedican a cultivos de exportación- muchos de ellos para producir agrocombustibles- empleando muy pocos trabajadores que con suerte cobran 50 céntimos de dólar por día. En definitiva, con la llegada de Karuturi las personas de estos lugares ya son parte de la contabilidad de población mundial que sufre hambre y desnutrición.

Evasores. A finales del año pasado, y después de mucha presión por parte de los movimientos y organizaciones de la sociedad civil de Kenya, los tribunales de este país africano han declarado culpable de evasión fiscal a Karuturi Global Ltd. Parece ser que la empresa ha manipulado su contabilidad para evitar pagar a las arcas públicas unos 8 millones de Euros en impuestos. La corrupción de muchas multinacionales -otro producto globalizado- representa para los países empobrecidos o en vías de desarrollo una fuga de capitales aproximada de un billón de dólares por año. Esta cifra, que duerme bien resguardada en paraísos fiscales, equivale a diez veces los montos anuales destinados a la cooperación internacional y es el doble del total de pago de deuda que cada año tienen que liquidar.

Ante la noticia, la reacción de la población keniata y etíope es coincidente y categórica. En Kenya, Attiya Waris, docente en derecho fiscal de la Universidad de Nairobi y vicepresidenta de la Red de Justicia Fiscal, sabiendo que la única fórmula que tiene el gobierno de asegurar buenos servicios públicos pasa por contar con los impuestos de todas las empresas, ha expresado que «compañías como Karuturi están desangrando a África». En Etiopia, Nykaw Ochalla representante de la organización Anywaa Survival que defiende a las comunidades anuak desplazadas por la avaricia del empresario de las flores, ha celebrado la decisión de los tribunales de Kenya, señalando que «es justo  haber atrapado a ese acaparador, esta compañía es criminal en muchos aspectos».

La población catalana, en el otro extremo de esta cadena agrícola e igualmente estrangulada por los efectos de los monopolios y la búsqueda de beneficios a cualquier precio, ¿reaccionará igual que la sociedad civil africana?

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