El acaparamiento de tierras y la importancia de las palabras

30-4-2013, Boletín WRM
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Para diversos pueblos indígenas, la palabra se considera sagrada, algo que debe usarse con cuidado. Pero en el mundo digitalizado, acelerado y globalizado, la palabra tiene poco de sagrado; se usa cualquier tipo de palabra, generalmente sin que se perciba el significado de lo que se pronunció o digitó. Quizás, en muchas ocasiones sin querer, terminamos por reforzar ideas y valores implicados en las palabras que usamos.

Por otro lado, quienes promueven la economía globalizada de mercado, como por ejemplo, las grandes corporaciones, que pretenden seguir creciendo sin límites y que nos han llevado a tantos problemas graves, suelen pensar muy bien los nombres que les dan a las cosas.

Para ellas, lo que pisamos todos los días, que denominan tierra o propiedad, es algo que, en su perspectiva, sirve básicamente para producir o rendir ganancias; es algo donde se pueden encontrar los ‘recursos naturales’ como minerales, petróleo, agua, etc., que están a nuestra disposición para que los explotemos.

Sin embargo, los pueblos de diferentes lugares suelen hablar de territorio y se refieren a él como su ‘hogar’, un lugar que protege, que les da seguridad para producir alimentos, remedios y utensilios, para asegurar su vida espiritual. Mientras que la tierra está siendo cada vez más individualizada, privatizada y mercantilizada, el territorio, que es mucho más que la tierra, no se vende porque es un espacio colectivo, para todas y todos.

Con el afán de aumentar los ingresos derivados de la tierra y las propiedades, todo se permite en la economía globalizada. Se practica, principalmente en los países del Sur, el acaparamiento de tierras para maximizar las ganancias. Los bosques se reducen a solo un conjunto de árboles, según la FAO, y se plantan preferentemente en grandes monocultivos, genéticamente modificados para crear ‘superárboles’, en los que una característica se modifica para dominar a las otras, sin preocuparse por las aún desconocidas consecuencias colaterales.

Para la economía globalizada, los pueblos en su diversidad no existen. Lo que existe son consumidores iguales y al mismo tiempo hay mano de obra preferentemente tercerizada y barata. Para esta economía no existen culturas e identidades diversas, solo hay mercados cuyo objetivo es crecer y crear nuevos mercados y oportunidades de ganancias.

Para esta economía, la energía significa electricidad, y no se consideran otras formas y significados de la energía para las poblaciones tradicionales, que probablemente estén mucho más preparadas y sean las más indicadas para enfrentar nuestro futuro incierto. Pero la economía globalizada busca centralizar y acaparar no solo las tierras sino también la visión sobre la energía, con poderosas multinacionales y privilegiando una matriz energética basada en unas pocas opciones, elegida fundamentalmente por la oportunidad de beneficios, que usa, por ejemplo, petróleo, y tampoco se preocupa por las consecuencias.

La economía globalizada no habla de la naturaleza, de sus misterios ni de la importancia para el modo de vida que millones de personas construyeron junto a la naturaleza de la cual también se sienten parte. La economía globalizada, sin embargo, habla de ‘servicios ambientales’ que deben ser asegurados para que puedan servir como ‘derechos’ para seguir contaminando en otros lugares. E incluso pueden ser negociados en mercados financieros con el argumento de que el ser humano es destructivo. Las poblaciones se ven afectadas por las consecuencias de ponerle precio a la naturaleza, sufriendo restricciones en los lugares en que surge la venta de los ‘servicios’; en cierta manera, son ‘castigadas’ por haberla conservado.

La lucha contra el acaparamiento de tierras y los otros males de la economía globalizada también es una lucha contra una imposición sutil de nuevas palabras y conceptos que incentivan nuevas costumbres, ideas y valores. Por ello, es importante no solo frenar el acaparamiento de tierras y sus muchos tentáculos - tema de este boletín - sino también frenar el proceso de acaparamiento y dominación de las palabras impuestas por la economía globalizada, que deja de lado importantes valores e ideales que los pueblos del mundo han construido durante muchos años y que ahora están siendo destruidos rápidamente.

Pero el pueblo lucha como puede, resiste porque quiere vivir en libertad, no solo en sus territorios y con la naturaleza sino inclusive con sus propias palabras para todo lo que da sentido a la vida.

LOS TENTÁCULOS DEL ACAPARAMIENTO DE TIERRAS

Territorialidad vs acaparamiento

Según varios diccionarios, por acaparamiento se entiende la acumulación de un bien en mayor cantidad de lo necesario para cubrir las necesidades ordinarias, en perjuicio de los demás y con ánimo lucrativo o por el afán de poseer.

Vinculado a la tierra, el acaparamiento ha ocurrido a lo largo de la historia, llevado adelante por actores poderosos: desde los Faraones en Egipto hasta las actuales trasnacionales del agronegocio, pasando por los aristócratas con poder político dela antigua Grecia, las familias con rango senatorial del Imperio Romano, los señores feudales de Europa, China, Japón, India, la institución Iglesia Católica, los colonizadores de América y África, por nombrar algunos. En todos los casos, en algún punto, ese proceso de apropiación fue violento y en menoscabo de la significación comunitaria e identificatoria que tiene la tierra y el territorio para las comunidades y los pueblos, que en el caso de los pueblos indígenas definen como “el sagrado”.

En nuestros boletines ya habíamos abordado el tema del acaparamiento, y en el boletín 177 del WRM hablábamos no solamente del acaparamiento de la tierra sino también del agua y el aire – al que llamamos “acaparamiento del planeta”. Decíamos que el actual proceso de acaparamiento de tierras tiene la característica de que los principales actores provienen del mundo financiero. El planeta se está convirtiendo cada vez más en un gran mercado en el que se puede invertir y especular. Todo lo que brinda la naturaleza, tangible o intangible, se convierte en activos comerciales; las inversiones se mueven de una región a otra con celeridad para llevar adelante proyectos en gran escala de plantaciones (de árboles, leguminosas, granos) para exportación, de minería, de turismo, de construcción de represas, etc. Estas actividades generalmente se realizan en países del Sur, a ritmos cada vez más veloces y en dimensiones cada vez mayores.

Como bien define GRAIN al referirse al proceso de acaparamiento de tierras (1), la adquisición de tierras puede tomar la forma tanto de arriendo como de concesión o compra directa y, en el caso del acaparamiento de tierras agrarias, ha implicado una profundización de la “financierización” de la agricultura, por la cual poderosos actores financieros y económicos están aumentando su control de los recursos naturales, desplazando y destruyendo al campesinado y a otras comunidades rurales. GRAIN da cifras – del Banco Mundial – para el acaparamiento de tierras con destino a la producción de alimentos para exportación: se han arrendado o vendido 56 millones de ha en 2008-2009, mientras que el Proyecto Land Matrix las ubica en 227 millones hasta 2012.

En esta espiral acaparadora, los fondos financieros han cobrado creciente protagonismo, tales como los fondos de pensiones, los fondos soberanos o de propiedad estatal, los fondos de capitales privados, los fondos de cobertura. Según GRAIN, de los cerca de 100.000 millones de dólares que los fondos de pensión invierten en mercancías de exportación, entre 5.000 y 15.000 millones se destinan a la adquisición de tierras de cultivo, cifras que se calcula se duplicarán para 2015.(2) A su vez, varios Estados juegan fuerte apoyando y promoviendo los negocios y, como en otras instancias, en esta nueva vuelta de tuerca los organismos multilaterales son la palanca facilitadora de los contratos (ver artículo sobre el BM en este boletín).

Frente a esta arremetida del capital que deja fuera a los más desposeídos, a las comunidades locales, a los grupos más vulnerables, que vacía los significados que dan contenido e identidad, se levanta el concepto de territorio, que contiene otros valores que trascienden al mercado y abarcan una dimensión más profunda, diversa y colorida de la vida humana y social. En esa misma línea conceptual se habla de “territorialidad”. Jean Robert, en su artículo “Guerra a la subsistencia. Crisis económica y territorialidad”,(3) le confiere un sentido que trasciende el clásico reclamo por la tierra para abarcar “un territorio con su agua, sus bosques o sus matorrales, con sus horizontes, su percepción de ‘lo nuestro’ y de ‘lo otro’, es decir de sus límites, pero también con las huellas de sus muertos, sus tradiciones y su sentido de lo que es la buena vida, con sus fiestas, su manera de hablar, sus lenguas o giros, hasta sus maneras de caminar. Su cosmovisión.”

El avance de la apropiación impone sus propias reglas, negándole los derechos de quienes sí pueden contar las historias de sus territorios como muestra de su genuina titularidad. “Si ésta es tu tierra ¿dónde están tus historias?”, le dijo un indígena del pueblo Gits’kan en British Columbia, Canadá, a un representante del gobierno durante un arduo proceso ante la justicia para conseguir la demarcación de sus propios territorios. El acaparamiento de tierras no solamente no tiene historias de esas tierras para contar sino que arrasa con ellas. Es el negocio puro y duro, donde ganan los más poderosos y siempre pierden los más vulnerables.

Como expresamos, el acaparamiento reviste muchas formas; la ocupación de vastas extensiones para el agronegocio ha sido el fenómeno más llamativo de estos últimos años, pero también se siguen destruyendo enormes superficies para la exploración y explotación de petróleo o para abrir grandes minas a cielo abierto, se inundan ecosistemas para permitir la instalación de mega represas, se pierden bosques de mangles para crear granjas camaroneras, se instalan “desiertos verdes” de monocultivos de árboles.

Y no solamente destruyendo. Hay una forma más sutil y perversa de apropiación, que llega con un buen disfraz de conservacionismo: los proyectos REDD son también una forma de acaparamiento de los territorios en la medida que despojan a las comunidades de su hábitat, de sus medios de vida y a la larga de su identidad.

En la resistencia al acaparamiento, la territorialidad de los pueblos se transforma en bandera, en una lucha contra el materialismo descarnado que suele ir acompañado de violencia y despojo; en una lucha de contenidos y significados, a la búsqueda de lo colectivo y la solidaridad.

Artículo basado en:
(1) “El acaparamiento de la tierra agraria: otra amenaza para la soberanía alimentaria”, GRAIN, http://revistasoberaniaalimentaria.wordpress.com/2011/01/29/el-acaparamiento-de-la-tierra-agraria-otra-amenaza-para-la-soberania-alimentaria/
(2) PensionFunds: Key Players in the Global FarmlandGrab, GRAIN, junio de 2011, http://www.grain.org/es/article/entries/4289-fondos-de-pensiones-actores-claves-en-el-acaparamiento-mundial-de-tierras-agricolas.
(3) Guerra a la subsistencia. Crisis económica y territorialidad, Jean Robert, Fobomade, http://www.fobomade.org.bo//art-2010

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