Tenencia de tierra y seguridad alimentaría en América Latina

8-12-09

Gerson de la Rosa

Recientemente escuchaba algunos reportes de la última reunión de la FAO. Estos dan cifras que les ponen los pelos de puntas a cualquiera. Lejos de disminuir la población desnutrida, está aumentando. Se plantea que sólo en este año el número de los mal alimentados superó los mil millones. Esta cifra tiende a incrementarse. Los países más ricos que se habían comprometidos a hacer aporte significativo para frenar el aumento del hambre, en esta ocasión sus líderes no asistieron a esta cita. Deducimos que, por las características de las inversiones de los países ricos en la adquisición de tierra con vocación agrícola, el precio de los alimentos se escapará del radio de compra de los ciudadanos del tercer mundo.

Una seria tarea les han impuesto los países ricos a los gobernantes de nuestras naciones. Lejos de eliminarse la desnutrición, vemos que el egoísmo de los que tienen sus estómagos satisfechos, la quieren convertir en una amenaza a su propia seguridad.

La tierra es un bien estratégico que no debe ser vendido a ningún extranjero. La explotación de ésta, en estos momentos de cambios climáticos, debe ser bien controlada por los gobiernos. Contar con o elaborar políticas nacionales de tenencia de tierra puede significar en un futuro cercano el poder suplir los rubros tradicionales, nacionales y hasta regionales de la dieta de nuestros conciudadanos.

También en el continente americano el hambre se incrementa. Muchos aún no nos restablecemos de la lucha contra los terratenientes, los lastres de la United Fruit Company y la implementación de las reformas agrarias. La falta de apoyo de nuestros gobiernos al campesinado lo ha empujado a los grandes cinturones de miserias de las ciudades y luego al extranjero, abandonando las tierras que les dieron.

Los grandes grupos extranjeros y locales de comercialización de alimentos poco a poco se adueñan de las mejores tierras. El poder que estos concentran, se incrementa. Puede esto, a mediano plazo, significar una amenaza a la seguridad alimentaria. Ya se ha visto, su capacidad de presión es considerable.

Igual que la educación y la salud, nuestros gobiernos deben garantizar la seguridad alimentaria de los ciudadanos. Ciertamente, muchos de nuestros países deben incrementar la producción. Otros, por las características de sus suelos, no lo lograrán. Aún así y para cubrirnos del egoísmo e iniquidades de los países ricos y su sistema reproductor de miseria y hambre, podemos, los países enclavados en los trópicos, crear un sistema regional que garantice esta seguridad.

Este sistema debe contar con un fondo de cada país igual a un por ciento de su presupuesto anual acordado por las partes. Varios podrían ser los destinos de ese dinero: la preservación del medio ambiente, la creación o fortalecimiento de centros de enseñanza e investigación agropecuarias y conserva, el cruce o intercambio entre países de estudiantes y especialistas, la motivación a especialización por zona a la producción de ciertos rubros, la optimización de los sistemas de producción, distribución y exportación entre los países miembros y otros.

La OMC y los acuerdos comerciales en nada han mejorado la situación de nuestras poblaciones. Los más hábiles, en nuestros países, son los que controlan los mecanismos de compra, distribución y exportación de los rubros que se producen en el campo. La fuerza de trabajo del campesino ante estos, no vale nada. Es tiempo de contar con nuestras propias posibilidades.
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