Hoy les compartiré datos y pistas sobre quién produce y se queda con los mayores beneficios de la producción de soya, el producto estrella de la exportación agropecuaria. Me han ayudado mucho los borradores que me ha pasado mi colega Pamela Cartagena, de CIPCA, y las investigaciones de la Fundación Tierra.
Con el proyecto Tierras Bajas del Este, del Banco Mundial, fue expandiéndose la frontera agrícola de la región y, con ella, la expansión de la soya, vista como un posible sustituto a las entonces caídas exportaciones del estaño, más que como un alivio para la suficiencia alimentaria local. Gustavo Medeiros calculó (en Los barones del oriente, Fundación Tierra, 2008) que en el 2006 estaban registradas 928.200 has con soya, de las cuales sólo el 37,3% las cultivaban productores nacionales. Otro 32,5% las tenían brasileños, un 18,3% menonitas, 9,0% japoneses y el saldo del 3%, argentinos, rusos y otros.
El reciente libro de Miguel Urioste, Concentración y extranjerización de la tierra (Fundación Tierra 2011) complementa que en el 2009 la superficie ya sobrepasa el millón de hectáreas, de las cuales el porcentaje en manos de productores nacionales ha disminuido drásticamente a sólo 28,8%: de más de un tercio a casi sólo un cuarto en sólo tres años, si las fuentes de ambos son comparables. En cambio, quienes más han crecido son los brasileños (40,4%) y los menonitas (20,2%); los japoneses han bajado al 7,1%; el saldo es del 3,5%.
Lamentablemente, como señala Urioste (p. 56) “la información estadística que ofrece Anapo no permite el análisis del comportamiento por tipo de productor (pequeño, mediano, grande) clasificada por nacionalidad (boliviano, brasileño, otros extranjeros). Pareciera que el propósito es no permitir la identificación precisa de la cada vez mayor presencia extranjera en el agronegocio soyero, pero particularmente de la propiedad extranjera de grandes extensiones de tierra”. Pero podemos presumir que la mayoría de los pequeños productores (aproximadamente ¾ del total de 14.000 registrados en Anapo en el 2006) esté en esa superficie minoritaria en manos de productores nacionales. Estas tierras ocupadas ya por empresarios privados extranjeros las han adquirido de latifundistas o de familias campesinas indígenas, ya sea a través de la venta o también por alquiler y aparcería.
La expansión menonita responde más a sus familias numerosas para los que necesitan más y más tierra. Pero muchos soyeros brasileños van y vienen de su país donde reciben y administran los beneficios, aunque otros acaban engrosando la burguesía agraria cruceña. La acumulación brasileña, y últimamente también argentina, para empresas ganaderas va también en aumento.
Estas tendencias se agravan por la crisis energética y alimenticia en países del continente oriental, cuyos gobiernos y empresas privadas han acelerado la compra de tierras en Latinoamérica y África, con el objeto de garantizar la producción de agrocombustibles o alimentos básicos para cubrir la demanda energética y alimenticia de su población.
Sin caer en xenofobia, nos preguntamos si por esa vía caminamos hacia el (con)vivir bien todos o hacia el que relativamente pocos y de otras partes vivan mejor a costa nuestra.