Feminismos de la tierra y de las semillas

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Biodiversidadla.org | 8 de septiembre de 2022

Feminismos de la tierra y de las semillas

Los feminismos campesinos y populares enfrentan también la negación de su existencia (incluso durante muchos años sufrieron la ausencia de su reconocimiento como trabajadoras rurales). Las semillas de los feminismos campesinos y populares han florecido a pesar de las violencias que ejercen en muchos casos quienes debieran cuidarlas.

por Claudia Korol

Los caminos de los feminismos campesinos y populares tienen la sinuosidad, el horizonte y los atajos de los territorios y cuerpos que los nacen. No son frutos directos de los libros, sino frutos políticos y culturales de la tierra. Se vuelven libros, textos, después de tiempo de ser semillas -no transgénicas-, que se siembran, se viven con emoción cuando crecen y se fortalecen, se protegen colectivamente de las violencias y amenazas, alimentando un ciclo vital que desafía la aridez de los terrenos, los fríos, el calentamiento global, la pérdida del bosque nativo, de los ríos, la contaminación de las tierras, la escasez del agua o el anegamiento y empantanamiento de los suelos.

Los feminismos campesinos y populares enfrentan también la negación de su existencia (incluso durante muchos años sufrieron la ausencia de su reconocimiento como trabajadoras rurales). Las semillas de los feminismos campesinos y populares han florecido a pesar de las violencias que ejercen en muchos casos quienes debieran cuidarlas.

Escribo estas notas a partir de variados diálogos sostenidos colectivamente, como parte del Equipo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía y de la red Feministas del Abya Yala, con compañeras de distintas organizaciones campesinas e indígenas de Abya Yala, especialmente de movimientos fundadores de estos feminismos, como la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI) de Chile, la Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas (CONAMURI) de Paraguay, el Movimiento de Mujeres Campesinas (MMC) de Brasil y las mujeres organizadas en el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil.

“Ahora que sí nos ven”

El patriarcado colonial, capitalista, se vale política, económica, social y culturalmente de la invisibilización de las mujeres, de la negación de su trabajo y de sus saberes. Esta lógica muchas veces se reproduce en las organizaciones que -aun siendo anticapitalistas o defensoras de derechos sociales- no tienen posiciones o prácticas claramente antirracistas y antipatriarcales. Las mujeres que han parido los feminismos campesinos, comunitarios, indígenas, viven cotidianamente el duro trabajo de combinar las tareas de cuidado -invisibles, no reconocidas, no retribuidas-, con las tareas productivas -muchas veces también invisibles y no retribuidas-. A pesar de ese esfuerzo gigantesco, despliegan una lucha intensa por el acceso a la tierra, como parte de las comunidades, y también en su condición específica de mujeres.

Las dificultades para el acceso a la tierra son cruciales y son un factor directo que condiciona su autonomía. En todo el continente las mujeres tienen mucha menos tierra que los varones, de peor calidad, así como menos acceso a créditos para obtener maquinarias e insumos. Si las tierras pertenecen a la familia o si son parte de organizaciones cooperativas o comunidades, suelen estar a nombre del varón. La herencia y las políticas públicas suelen tener un marcado sesgo patriarcal.

Esto se refuerza con el rol que se les impone a las mujeres debido a la división sexual del trabajo, como cuidadoras de las familias y las comunidades. Rol que se reafirma desde la violencia machista, tanto física, como económica, social y cultural. Hay mayores dificultades para que las mujeres campesinas puedan acceder a la educación debido a las tareas cotidianas de cuidado de hijxs, madres, padres, parejas, de las huertas, de las granjas y de la vida toda. Los cuidados frente a las afecciones a la salud de familias y comunidades también recaen principalmente en las mujeres campesinas, porque los saberes de sanación y de alimentación están principalmente en la memoria colectiva de las mujeres.

Muchas mujeres encuentran salida ante esta situación en la migración hacia los suburbios de las ciudades y hacia otros países, perdiendo su identidad campesina, originaria, y quedando como rehenes de distintas formas de violencia como la trata de personas, o con la única oportunidad del trabajo mal llamado “doméstico”. La “domesticación de la vida” se realiza sobre la superexplotación de los cuerpos de las mujeres.

El proceso de extranjerización de las tierras partió de la conquista y colonización del continente. Las mujeres, que históricamente estuvieron relacionadas y fueron artífices de la agricultura en las comunidades, sufrieron de manera particular el despojo que resultó de la apropiación y robo de tierras que condujeron a las poblaciones originarias a atrincherarse en las regiones más inhóspitas, o a quedar girando en experiencias de desarraigo y nomadismo. Señalan las mujeres zapatistas: “La mujer, al llegar la propiedad privada, fue relegada, pasó a otro plano, y llegó lo que llamamos ‘el patriarcado’, con el despojo de los derechos de las mujeres, con el despojo de la tierra. Fue con la llegada de la propiedad privada que empezaron a mandar los hombres. Sabemos que con esta llegada de la propiedad privada se dieron tres grandes males, que es la explotación de todos –hombres y mujeres- pero más de las mujeres. Como mujeres también somos explotadas por este sistema neoliberal. También sabemos que con esto llegó la opresión de los hombres hacia las mujeres, por ser mujeres, y también sufrimos como mujeres la discriminación por ser indígenas”[1].

La lucha por el acceso a la tierra por parte de las mujeres campesinas es, en consecuencia, parte de la lucha anticapitalista, contra la privatización compulsiva producida por la conquista y la colonización, y frente a algunas reformas agrarias que aún realizadas en contextos de procesos populares, relegaron a las mujeres de esta posibilidad. Patriarcado y colonialismo se retroalimentan y están en la base del “desarrollo” capitalista de Europa y de los procesos de conformación de las burguesías locales y de los Estados nacionales que, aún en nombre de la independencia, excluyeron de sus beneficios a las mujeres, especialmente a las indígenas, negras, campesinas, populares, aun cuando fueron protagonistas de las guerras de liberación.

La alternativa feminista y popular es, en consecuencia, antipatriarcal, anticapitalista y anticolonial. “Sin feminismo no hay socialismo”, aseguran las mujeres de La Vía Campesina, y dicen también que “sin socialismo no hay feminismo”. Esta perspectiva ideológica interpela a algunos feminismos institucionalizados, académicos, burgueses, que renunciaron a la perspectiva socialista y buscan obtener espacios propios de integración en el sistema capitalista, patriarcal y colonial.

El feminismo campesino y popular aspira a reafirmar la perspectiva anticapitalista, y en ese camino fortalecer la autonomía de las mujeres campesinas y la valoración de sus saberes, luchando por el acceso a oportunidades de formación política, de educación pública, a partir de la lucha social colectiva. En esa perspectiva, se reivindican políticas públicas que permitan autosostenerse a las mujeres, acceder a la tierra de forma individual, cooperativa o comunitaria, y afirmar modos del buen vivir, que interpelan el pensamiento único que ve al campo como negocio de los grandes capitalistas rapiñeros, extractivistas, destructores de la naturaleza y los bienes comunes: las tierras, el agua, las semillas, la biodiversidad.

Este feminismo campesino y popular cuestiona muchos aspectos de los feminismos eurocéntricos, liberales, individualistas, y algunas de sus lógicas fundantes. Lourdes, integrante del Sector Género del Movimiento Sin Tierra de Brasil (MST), sintetizaba así la construcción del feminismo campesino y popular, en diálogo con Roxana Longo:

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“El feminismo no nace de nuestro debate teórico, sino de nuestra acción. A medida que fuimos estudiando sobre feminismo, nos fuimos reconociendo y decíamos: ‘Lo que nosotras hacemos es feminismo’. Empezamos a ver qué cara va a tener ese feminismo. Nuestra cara. Se trata de un feminismo campesino. Porque somos nosotras quienes estamos luchando. Es también popular, porque nosotras no creemos en un feminismo individualizado. Está también relacionado con un feminismo comunitario, en el sentido de que si yo me libero, todas las mujeres se tienen que liberar… El feminismo campesino se diferencia de ciertos feminismos que niegan la maternidad, el trabajo doméstico y la cocina. Nosotras tenemos una relación con la cocina que se relaciona con las semillas, con la plantación. Yo y la naturaleza no estamos separadas. Nosotras lo hemos problematizado, y para nosotras la cocina es un espacio donde circulan saberes y poder. Nuestro feminismo tiene ese carácter popular y campesino, y problematiza algunas categorías que ciertos feminismos desechan. Particularmente, nuestro feminismo tiene un punto esencial en el vínculo con la naturaleza, la preocupación sobre el futuro y la relación con el medioambiente, con el agua, con la tierra, con la defensa de los bienes naturales. Para nosotras es impensable hacer una lucha anticapitalista sin luchar contra el agronegocio. Por eso estamos envueltas en la discusión sobre las semillas, la religiosidad brasileña y la espiritualidad profunda que viven las mujeres; el tema de los saberes, de las prácticas, el rescate de la experiencia de las parteras, los conocimientos sobre las plantas medicinales”[2].

Derribar la cerca de la invisibilidad y reconocerse en los feminismos populares

Antes de nombrarse como feministas, las mujeres campesinas tuvieron un largo proceso organizativo. Primero como parte de los movimientos campesinos, sin distinguir sus demandas específicas, luego creando espacios propios dentro de sus movimientos. Al organizarse como mujeres, en una primera etapa, sufrieron respuestas violentas de sus compañeros que negaban este derecho, y eso llevó a algunas mujeres a crear organizaciones propias para enfrentar no solo al capitalismo y sus expresiones en el campo, con el agronegocio y el avance de las políticas extractivistas en los años 80 y 90, sino también al patriarcado. Otras eligieron dar la batalla antipatriarcal dentro de sus movimientos.

En ningún caso fueron procesos sencillos. Tanto unas como otras defendieron su rol protagónico en coordinaciones mixtas latinoamericanas, como la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y La Vía Campesina (LVC). Demostraron que su organización propia no sólo no debilitaba a los movimientos campesinos, sino que los fortalecía, al dar cauce a las necesidades de las mujeres del campo. Discutieron así, en la práctica, las posiciones de sus compañeros, que vivían esa coordinación como una amenaza a la unidad del movimiento y, aunque no lo dijeran, a sus privilegios en la dirección del mismo y en sus hogares, en la medida en que ellas asumían cada vez más responsabilidades políticas.

Algunos de estos debates (por ejemplo, el reconocerse o no como feministas), se dieron en el marco de la CLOC y de La Vía Campesina. Esto permitió la interacción con aquellas compañeras que ya se definían así, como es el caso de la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas (CONAMUCA) de República Dominicana y del Movimiento de Mujeres Campesinas (MMC) de Brasil, y luego con otras organizaciones pioneras como ANAMURI y CONAMURI. Las discusiones entre las mismas mujeres fueron duras. Muchas comenzaban afirmando que defendían los derechos de las mujeres pero que no eran feministas. Había un tabú frente a los feminismos de esos años 80 y 90, a los que percibían como urbanos, blancos, académicos, de sectores medios y desligados de los movimientos populares.

Cuando crecieron los feminismos populares y sus enfrentamientos a las políticas neoliberales, comenzaron a tenderse puentes que permitieron un diálogo más fecundo. En ese camino, fue avanzando la convicción de definirse como feministas, lo que les permitió problematizar varios aspectos de la vida cotidiana y, a partir de esto, generar campañas para poner freno a la violencia contra las mujeres, para el cuidado de las semillas, el impulso a la soberanía alimentaria, para desplegar y reconocer los saberes populares en temas como las propiedades sanadoras de las plantas, y como el cuidado de la biodiversidad. También les permitió realizar un tejido transversal de solidaridades con las feministas urbanas, populares, que ayudó a visibilizar su existencia y a construir redes que fueron muy significativas, por ejemplo, para enfrentar la pandemia.

Hacerse visible en las luchas no es sencillo cuando se trata de sectores sociales subalternos. Más si se trata de mujeres de esos sectores. Las mujeres brasileñas apelaron a acciones directas para llamar la atención de la sociedad. Desde los años 2000 protagonizaron iniciativas para denunciar el avance del capitalismo en el campo. El 8 de marzo de 2006 fue una de las acciones más destacadas: ocuparon la planta de Aracruz Celulosa, donde se desarrollaba un experimento con eucaliptos transgénicos, destruyendo los plantines. Resistieron con entereza la criminalización y judicialización –que fue la respuesta desde el poder-, y enfrentaron las críticas internas en los movimientos, ya que la acción fue preparada de manera exclusiva por las mujeres de La Vía Campesina. El feminismo campesino y popular tiene el sello y el orgullo de estas acciones directas contra el capital, con las que se presentó en sociedad.

Propuestas políticas de los feminismos campesinos y populares

En la experiencia de los feminismos campesinos y populares no hay grandes distancias entre las posiciones políticas, las reflexiones teóricas y los actos. Existe en ella la memoria de las mujeres como fundadoras de la agricultura. Algunos de los temas centrales que los caracterizan son:

1. Lucha por el acceso a la tierra

  • Reforma agraria integral, feminista y popular.

2. Revalorización de la agricultura campesina, frente al agronegocio

  • Socialización de los saberes de agricultura, de alimentación, de salud.

3. Soberanía alimentaria

  • Producción de alimentos saludables.
  • No al uso de agrotóxicos.
  • No a las fumigaciones.

4. Recuperación, conservación y reproducción de las semillas nativas y criollas

  • Intercambio, socialización y donación de semillas.
  • Contra la privatización de las semillas.
  • Contra las semillas transgénicas.

5. Agroecología

  • Escuelas de formación en agroecología y feminismo.

Desarrollo de experiencias productivas cooperativas o de comunidades, y redes de intercambio basadas en la agroecología.

Desde la relación íntima con la agricultura, por reconocerse naturaleza, las feministas campesinas y populares han venido construyendo sus experiencias, y teorizando sus prácticas. Hoy son parte insustituible de las miradas que desde los feminismos promueven el buen vivir y han abierto espacio para el reconocimiento de las identidades de lesbianas, trans, travestis, bisexuales, no binaries, que durante muchos años estuvieron en el “closet” dentro de los movimientos campesinos, debido a que el machismo tiene un fuerte componente lesbo-trans-travesti-homo-odiante.

Estas transformaciones son posibles, porque la educación popular feminista es parte central de las agendas de las colectivas de los feminismos campesinos y populares. La lucha por la tierra, el cuidado de las semillas, la defensa de los territorios y de los cuerpos, de la biodiversidad, se escriben en la vida cotidiana como prácticas subversivas, y en clave de libertad.

Publicado en BiodiversidadLA

Referencias:

[1] Palabras de la Insurgente Guadalupe en Enlace Zapatista. “Las compañeras. El muy largo camino de las zapatistas”. Citado en el libro “Somos tierra, semilla, rebeldía. Mujeres, tierra y territorio en América Latina”, Claudia Korol. América Libre y GRAIN.

[2] “La experiencia de las mujeres del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil. La organización colectiva y las relaciones de género”, Roxana Longo. Ediciones América Libre.

Este artículo fue realizado con el apoyo de la Fundación Heks.

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