El amo de las rosas (y las espinas)

24-5-2013, El País
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Sai Ramakrishna Karuturi es el fundador y director gerente de Karuturi Global. / John Sommers II  (Bloomberg)

Miguel Ángel García Vega

Sai Ramakrishna Karuturi es el amo de las rosas del mundo, pero también de sus espinas. Al menos el 9% de las que se venden en la Unión Europea procede de sus plantaciones de África e India. En total tiene una capacidad de producción anual de 555 millones de tallos. Una cifra ingente que revela la ambición de este ingeniero industrial indio metido en los pagos de la agricultura. Sin embargo, esa misma ambición es la que le ha valido ser señalado por algunas organizaciones no gubernamentales como uno de los principales acaparadores de tierras de África. Y su empresa, Karuturi Global, está en el centro de la desconfianza de organizaciones ecologistas y de derechos de los trabajadores, que ponen en duda tanto su relación con la naturaleza como con sus empleados.

Nadie imaginó que Karuturi, a pesar de ser un estudiante de mérito, iba a llegar tan lejos cuando en 1996 se hizo con 10 hectáreas en Bangalore (India) para plantar rosas. No era una tierra especialmente propicia, pero tenía una gran virtud: estaba cerca del aeropuerto y en poco tiempo podía distribuir su producto. Algo básico cuando se quiere hacer negocio con la flor cortada. Después arrendaría tierras en Kenia (154 hectáreas) y Etiopía (125 hectáreas). Y pronto fue conocido como el rey de las rosas de India. Forbes y The New York Times glosaron su historia de éxito.

Pero el mundo se le quedaba pequeño, y en 2007 y 2008, a raíz de la crisis alimentaria, comenzó a expandirse de la floricultura a la producción de alimentos. “Su estrategia fue establecer operaciones agrícolas en más de un millón de hectáreas —sobre todo en África oriental y del sur— con el fin de producir maíz, arroz, caña de azúcar y palma aceitera para los mercados internacionales”, detalla Henk Hobbelink, coordinador de la ONG Grain.

En concreto se fijó en Etiopía, un país que ha sufrido grandes hambrunas. En 2009 arrendó 10.700 hectáreas en Bako para cultivar maíz, arroz y verduras. Y un año después incorporó 300.000 hectáreas en Gambela.

Si analizamos los números, se entiende por qué Karuturi llama “oro verde” a la agricultura en África. Cada hectárea de arroz en Gambela le reporta, según Grain, 660 dólares (507 euros) de beneficios al año, mientras que solo tiene que afrontar un gasto de 46 dólares (35 euros), que incluye el alquiler de la tierra, el uso del agua y los salarios de los trabajadores. “Al ser una industria intensiva en mano de obra, las empresas buscan el margen cultivando en países con muy bajos sueldos”, reflexiona Gustavo Duch, coordinador de la publicación Soberanía alimentaria. ¿Resultado? Los costes laborales de una rosa suponen menos de 0,03 céntimos de euro por tallo.

Con esta ecuación de gastos y beneficios, al empresario indio le cuadran las cuentas. “El año que viene produciremos en Etiopía un millón de toneladas de cereales, 200.000 de azúcar y 100.000 de aceite”, señalaba a la agencia Reuters. Si este crecimiento se mantiene, se podría convertir en uno de los 10 mayores productores de alimentos del mundo.

Pero esa flor también tiene sus espinas. “Muchos supermercados en Inglaterra no compran rosas etíopes porque tienen una regulación [medioambiental y laboral] laxa”, explica Christopher Woodward, director del Museo Botánico de Londres. “Mi opinión es que no se deberían importar rosas que no estén acreditadas por certificadores de comercio justo”.

Otras dudas proceden de su política laboral. Para atender una demanda creciente, no ha dudado en contratar de forma directa a cientos de agricultores indios para sus campos de Gambela, contraviniendo las leyes de inmigración del país. Enterado el Gobierno etíope, los devolvió a la India. Acorde con un trabajo de Human Rights Watch de 2012, Addis Abeba está reubicando a miles de personas de Gambela occidental en nuevos poblados que carecen de alimentos, tierras de cultivo e instalaciones sanitarias para dejar espacio a proyectos agrícolas a gran escala de inversores extranjeros, incluidos los de Karuturi. El empresario calificaba este informe en la edición india de The Wall Street Journal de “bazofia” y de ser una “visión occidental llena de prejuicios”.

Pero le siguen lloviendo los clavos. El fisco keniano acaba de declarar culpable a Karuturi Global de un delito de evasión de impuestos. “El método que usaban para hacerlo se llama precio de transferencia. La compañía vendía las flores a su propia filial en Dubai (un paraíso fiscal) a un precio por debajo del de mercado. Y esta división las revendía al precio real, lo cual significa que los beneficios de las flores cultivadas en Kenia terminaban en Dubai”, relata Kristina Fröberg, experta de la organización no gubernamental sueca Forum Syd. Actitudes de esta naturaleza encienden las críticas. “Compañías como Karuturi están desangrando África”, asegura Attiya Waris, profesora de derecho fiscal en la Universidad de Nairobi. “La manipulación de los precios de transferencia le roba a los trabajadores y ciudadanos de Kenia el acceso a una buena educación pública, la atención a la salud y un medio ambiente limpio”.

Tantas malas noticias se reflejan en la compañía, cuyo elevado endeudamiento (140 millones de dólares, según la firma de rating ICRA) lleva meses lastrando la acción. Karuturi ha probado varias soluciones. La agencia Bloomberg comentó en marzo que buscaba “cientos de millones de dólares” de inversión de un fondo soberano desconocido después de que un banco de negocios, también innominado, le negara un préstamo. Las últimas informaciones hablan de que este mes podría plantear una opa de exclusión y dejar la Bolsa.

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